jueves, 10 de junio de 2010

La cerradura

En una de sus exposiciones en clase más mentadas, el profesor Ángel Torío --uno de los mejores docentes en materia de derecho penal que ha tenido la universidad española-- construyó una afortunada imagen para hablar de la impunidad, describiendo a un derecho penal que era capaz de mirar por el ojo de una cerradura para descubrir al delincuente.

Lo cierto es que en las últimas décadas nuestro código penal, más que vigilar por las cerraduras, ha pasado ya a instalar, directamente, cámaras en todas las habitaciones. La enésima reforma del Código que acaba de aprobar el Senado es una buena muestra de esa "expansión".

Los delitos, que ya existían, se diversifican y matizan en nuevas y compeljas formas, ampliándose las azonas grieses. Se crean figuras difusas. Se carga de trabajo a los juzgados con nuevas posiblidades de denuncia o querella que resultan atractivas sólo por el nuevo nombre que se otorga a la infracción. Y, como colofón, se cargan defnitiviamente princpios básicos como la no responsabilidad penal de las eprsonas jurídicas o la intervención mínima de un derecho que debería ser excepcional. O es que el delito tal vez no es tan excepcional en nuestra sociedad o es que los senadores y diputados se aburren.

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